domingo, 13 de septiembre de 2009

Cuento


… Y ella despertó, con la luz del amanecer que encandiló sus ojos al sentir los rayos del sol que entre las hojas y ramas de aquellos dos viejos sauces le llegaban a su cara, así despertó, pero ella quería seguir soñando, ella quería jamás despertar.

Estirando sus brazos y piernas recordaba que habían motivos suficientes para agradecer, sí, agradecer tener dos de cada cual y poder sentir … Como siempre cada mañana bajaba al río, allí podía dejar que el agua refrescara su cuerpo y limpiara su alma, cada vez que veía su reflejo a través de esa agua tan cristalina recordaba que tan importante era saber quien es, conocer a la mujer que estaba mirando entre el peqeño oleaje que la brisa matutina hacía bailar al río, conocerse, saber quien se es y estaba feliz por eso.

Con sus pies descalzos, caminaba por entre el verde y el amarillo, entre el verde y el añil, dejando que la textura suave del suelo masajeara la palma de sus dedos y talón, recorría muchos metros para llegar a aquél manzano, él daba los mejores frutos de todos, tenían un dulce sabor, sabor que jamás en su vida había conocido, era el momento de placer del día, comer esas manzanas rojas, más rojas que el tono del cielo al atardecer, y tan dulces como delicadas a la misma vez.

Y seguía, con una flor blanca entre los trenzados de su cabello, seguía, con la brisa y el perfume del viento acariciando su suave y delicada piel de tez morena, mientras se disponía a bailar al son de su canto, un canto no tan canto pero canción al fin, hacía que su cuerpo entero vibrara al compás del mismo, ella se sentía completa cuando se iba un poquito de si y en vez de tocar ese verde florido, tocaba las nubes, y danzaba con la luna y el sol, ese complemento tan perfecto, que era imposible para ella dejar de admirar.

Su amado sol se estaba por fundir, más allá del horizonte donde casi no se podía llegar, casi… Mientras el sol se despedía, llegaba su otro amor, y es que se le era imposible no amarlos a ambos, esas maravillas que cada día hacían el milagro de nacer, y tomaba la hermosa luna el lugar del sol, y la morena de ojos más grandes pero del mismo color que los granos de café, fijaba el rumbo donde aquellos sauces, sus amigos sauces, que ya no lloraban, ellos ahora no tenían esa necesidad…
Pasaba así la morena de peqeños pies, su cuerpo que brillaba con el reflejo que desde entre sus amigos cuenta cuentos, llegaban de su amada luna, por fin seguiré soñando, decía, ella, mientras se acurrucaba entre el verde y el marrón, y poco a poco esa imitación perfeccionada de los granos de café pestañeaban cada vez más despacio , hasta ya no hacerlo, y soñaba, ella soñaba mucho, más que cualquiera, le gustaba soñar, porque sus sueños eran especiales, casi imposibles para algunos, pero ella decía que sólo son imposibles a los ojos de algunos, porque ellos de las cosas posibles saben demasiado… Ella soñaba porque los sueños son a prueba del tiempo, a prueba de los lugares, a prueba de la muerte, ellos nunca mueren, como yo, como ella o como tú… Por eso, la morena de peqeños pies les dijo una vez a sus amigos sauces, no lloren nunca por mi si la vida decide qe mis ojos duerman para siempre, no lloren por mi porque no estoy donde me están llorando… yo no estoy ahí, yo estoy con mis sueños, estamos desde donde hemos venido, no llores no, porque ya olvidaste como se hacía.

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